Bienvenidos a este bazar cultural, a esta mezcla desfachatada e irreverente que no vacila a la hora de reunir opiniones, sueños, poemas, ideas y polenta con pajaritos. Entre otras misceláneas, en "La culpa no es del chancho" encontrará usted información básica sobre música, literatura, deportes y artes varios.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Negros, indios y usurpadores: con el sabor de la cumbia…

Un día, unos tipos que venían del otro lado del océano atlántico se chocaron, de carambola, con tierras americanas. Y no la podían creer: en esos pagos los recursos naturales parecían ilimitados, la flora y la fauna eran vastas y exóticas, y además, estaba lleno de cosos que hablaban en idiomas extraños y hasta parecían humanos.


El miedo a lo distinto fue tan genuino que no se lo bancaron y enseguida intentaron domesticar a esta especie, como antes hicieron con las ovejas, los perros o los gatos. Además, resultó que estos hombrecitos brutos y sucios tenían riquezas incontables y conocimientos avanzadísimos. Por eso, los hombres de otro lado del océano quisieron dominarlos. Para ello utilizaron las herramientas clásicas de sometimiento que tanto éxito le habían dado en otras latitudes: la violencia y la religión. Y todo funcionó bastante bien, hasta que se fueron de mambo y mataron a casi todos. Pasaron los siglos y, como todavía había un montón de recursos para robar, mandaron a traer hombrecitos brutos y sucios de otras tierras, igual de exóticas e igual de extrañas. Los arrancaron del África para obligarlos a extraer minerales y cortar caña de azúcar en América.

Con este choque involuntario los habitantes originarios y los negros esclavos se mezclaron. Y así, en un proceso de mestizaje eterno, se fundieron artes y tradiciones.

Fue en este contexto de culturas mixturadas que nació –en lo que mucho tiempo después llamaríamos Panamá y Colombia- la famosa cumbia. Fueron los tambores de los negros y las melodías flauteras con gaitas y cañas de millo de los habitantes originarios quienes le dieron vida a este ritmo y, desde entonces, muchas otras regiones latinoamericanas lo han asimilado con ganas. Europa aportó el tradicional ropaje, el maquillaje, toda esa cuestión de las flores ornamentales y algo de la poética para los textos.

A cumbia huelen los términos afroamericanos cumbancha (fiesta, jolgorio), cumbe (danza) o caracumbe (baile, coreografía) y de ella se desprenden los subgéneros infinitos: cumbión, cumbiamba, cumbia vallenata, lambada, y las adaptaciones que cada país latinoamericano ha hecho del género. Porque la cumbia mexicana está lejos de parecerse a la cumbia villera argentina pero, en el fondo, ambas son hermanas. Lo mismo pasa con la peruana y la que se toca y se baila en El Salvador. Tienen distinta instrumentación y coreografías diferentes, pero en algún punto se conectan y ninguna hubiera sido posible sin la fusión cultural de los negros, los habitantes originarios y los europeos que se asentaron en el sur de Panamá y Colombia en la época de la colonia.

Duelen un poco los huesos y las conciencias cuando nos detenemos a pensar en el origen histórico y cultural de nuestros ritmos. Pero eso no quita que podamos levantar los brazos y sonreír genuinamente cada vez que un acordeón machaca acordes fiesteros o los timbales golpean rabiosos. Qué lindo cuando todo es con el sabor de una cumbia.