Bienvenidos a este bazar cultural, a esta mezcla desfachatada e irreverente que no vacila a la hora de reunir opiniones, sueños, poemas, ideas y polenta con pajaritos. Entre otras misceláneas, en "La culpa no es del chancho" encontrará usted información básica sobre música, literatura, deportes y artes varios.

lunes, 21 de diciembre de 2009

El regreso irremediable de Tarandhur


Oxidada y algo mellada. De tonos pardos, marrones y ocres. Gastada por el paso del tiempo, la cota de malla que alguna vez lució Namadjén, el Prudente en los desfiles primaverales de Kamastén, descansa para siempre en alguna de las bóvedas del clan Rikjoudie.
¿Qué probabilidades tendría de volver a blandirse mágica y destellante? Pocas. Ninguneada por los descendientes de aquella casta de guerreros, la armadura de antaño hoy no es más que un montón de cuentas de acero desparramadas en un cuarto penumbroso, seco y olvidado. No existe, y sin embargo allí está. Y allí permanecerá cientos de años más hasta que, algún día, los habitantes modernos de aquellos valles de la mesopotamia asiática, decidan vender el lote mortuorio a las empresas de construcción. Y entonces, mientras despojen de su historia a las arcas familiares, verán la armadura. Investigarán su procedencia, querrán averiguar sobre los acontecimientos épicos, de los que sin duda fue testigo. Regresarán en el tiempo y finalmente sabrán de las matanzas, de las injusticias, de las batallas estúpidas y de las necesarias. Verán la armadura en cada imagen desgarradora de Namajdén, el belicoso antepasado. La imaginarán manchada de sangre, de traición, de lodo, de culpa. La detestarán. Se avergonzarán –no mucho- del destierro de aquel guerrero y de su posterior venganza contra los monjes Blandhur. Creerán que está maldita, y tal vez tengan razón.
Quizás, luego de papeleos y carambolas del destino, termine iluminada tenuemente en la repisa aburrida algún museo histórico. ¿Pero por cuánto tiempo? Tarandhur, tal como se conoce a la armadura de los guerreros Rikjoudie, está destinada a reaparecer y, así, a revolver la historia.

Al menos curioso


Siempre resulté campesino en la ciudad, visitante esquivo en la mole gris; excusas imperfectamente válidas para perderme, pasarme y repreguntar lo que ya sospechaba antes, cada vez que me largo a caminar por las calles de Buenos Aires. Esta específica vez de marzo andaba yo por Scalabrini Ortiz, casi llegando a la esquina de Córdoba, cuando se me ocurrió preguntarle a un muchacho acerca de la calle Estado de Israel. Amablemente me informó que tenía que hacer una más hasta Lerme y después bajar cuatro. Seguí sus instrucciones con exagerada fidelidad y como me pareció que (me saco el sombrero señor, me saco el sombrero ante la torta de ricota de Gino) ya habían pasado las 4 cuadras y la avenida del sionista estado no aparecía, decidí volver a interrogar a alguien. Crucé una calle y vi a una chica en la puerta de un edificio. Me acerqué cortésmente y le pregunté. Me miró con ojos de no saber y resultó ser que no sabía, pero sin embargo, tocó timbre en uno de los departamentos para averiguarme. Como no le respondieron, al toque sacó el celular y empezó a llamar.
Personalmente me pareció algo desmedido el gesto, pero acepté gustoso la camaradería de la muchacha. Habló con alguien resumiéndole brevemente mi inquietud y enseguidita alzó la vista hacia mi y extendiéndome el teléfono dijo: “Tomá, hablá vos que es el que te indicó recién”. Atendí el aparato y una voz apenas familiar me hizo saber que era el mismo al que le había preguntado hacía cinco minutos, repitiéndome instrucciones similares a las anteriores. Yo quedé tan incrédulo, tan pasmado, tan deliciosamente sorprendido sobre las probabilidades de mi guía cósmico que, por seguir preguntándonos (a él por teléfono, a mi mismo mientras caminaba) “¿Posta sos vos loco?”, me pasé una cuadra y tuve que retomar al trote para agarrar estado de Israel y contarle a todo el Mundo lo curiosa que es la casualidad.

Esta narrativa pertenece a la antología mágica y naranja de Julio Giglio, ferviente escritor oriundo del barrio de Villa Ballester . Contacto: vulne@hotmail.com.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Grandes crónicas pasajeras

Sin proponérselo, más bien haciendo uso de su espontaneidad discursiva, el Capitán Álvaro Evaristo Sacacorcho ha vuelto a escupir sus ideas en la vieja Olivetti de su padre, regalándole al mundo otra de sus grandes crónicas pasajeras.

Mi bife de chorizo aún humeaba cuando tuve que partir de urgencia hacia el Limbo de los Perdidos, lugar que abrazó infinitos misterios a partir de la década del ‘60. A lo largo de la historia, las aguas del Atlántico han sido testigo de extraños sucesos. Existe un mito, un relato que ha dejado de ser puro entretenimiento para turistas curiosos y ha pasado a ser considerado por científicos y hombres de poder como un enigma serio y sin respuesta.

El triángulo del diablo
En aquellos tiempos de lucha por los derechos civiles y las políticas de inclusión de los ciudadanos afro americanos, tuve la oportunidad de intercambiar unos ricos mates y un sinnúmero de opiniones con el mismísimo Martin Luther King. Recuerdo que fue en febrero de 1967, unos años después que el reverendo obtenga el Premio Novel de la Paz. Luego de un amargo bien cebado me dispuse a contarle al líder pacifista la historia del Triángulo del Diablo. Ya en el año 1951 la sociedad estaba conmocionada por una serie de sucesos ocurridos en Centroamérica. Numerosos barcos y aviones se averiaban y luego se hundían al adentrarse en una zona misteriosa, un extraño triángulo conformado por los vértices de las islas Puerto Rico, Bermudas y Cayo Hueso (península de La Florida). Los documentos registrados hasta el momento denunciaban a más de mil personas, junto a otras cien naves y aeronaves, desaparecidas en aquellas aguas tan paradisíacas como siniestras.
King me escuchaba atento, y además se mostraba fascinado por mi técnica a la hora de cebar mate. Le gustaba eso del folclore rioplatense, de los gauchos matreros, las partidas de truco, el termo siempre bajo el brazo y esa debilidad maestra que todos tenemos por el balompié. Tan simpática le resultó mi visita al orador que no tardó en invitarme a proseguir con nuestra charla off the record y dejar de lado las formalidades absurdas. Enseguida me saqué las chancletas y me dispuse a continuar con mi relato.
- Yo no se qué onda señor King, pero deberíamos ir a echar un vistazo -, le dije ansioso.
A lo que el líder me respondió: - Para mi, más que misterios inexplicables, acá hay tongo del gobierno yankee. -
Sus palabras fueron contundentes. Volví a mi casa y me puse a trabajar en el caso. El reverendo hizo lo propio. Un año más tarde volví a visitarlo y enseguida resolvimos hacer un viaje hacia el tan cuestionado y misterioso lugar.

No sé muy bien que pasó después. Yo, Álvaro Evaristo Sacacorcho, soy un hombre que lee poco los diarios y casi no mira televisión. Nunca comprendí la causa por la que luchaba King, ni mucho menos entendía los trasfondos políticos que esta lucha denostaba. Lo noté preocupado por la guerra en Vietnam, por la violencia en el mundo y porque su vecina Norah debía ceder el asiento en el colectivo, a pesar de sus 73 años y su problema de esclerosis, y sólo por ser una anciana de descendencia africana. Sea como fuere, al día siguiente mi compañero de investigación apareció muerto de un balazo en Memphis, Tennesse.
Yo no quise adentrarme más en el asunto, y me dispuse a continuar solo con la investigación.

Ya son ocho las expediciones que realicé al Triángulo de las Bermudas desde el día de aquel trágico episodio. Recavé información de los lugareños y los eventuales turistas, y hasta el día de hoy no había obtenido buenos resultados. Pero seis días atrás recibí por la mañana un llamado urgente de uno de mis informantes con datos claves sobre el asunto.
Llegué a La Florida cuando el sol ya casi no regalaba su magia y me embarqué en un pequeño pero confortable lanchón, dispuesto a navegar, una vez más, las misteriosas aguas atlánticas. Durante cuatro días recorrí atento cada metro cuadrado. Estaba mojado, rabioso, frustrado y, para colmo, la reserva de tabaco para pipa comenzaba a escasear. De pronto vislumbré a lo lejos una especie de embarcación pequeña. Me acerqué lo más que pude y pronto advertí que se trataba de una boya, o algo parecido. Cuando estuve a pocos metros del objeto flotante supe con claridad que se trataba de un inodoro sujeto a una plataforma de madera. Sí. Un simple, común y corriente retrete blanco, como el que tiene Ud. en su hogar.
Enseguida recordé el suculento sándwich de bondiola que ingerí aquel mediodía en la costanera, momentos antes de tomar el vuelo hacia Miami. Fue entonces cuando dentro de mi estómago se libró la batalla más impresionante que alguien haya visto jamás entre gases y jugos gástricos. Fue extraño. Mis deseos más fervientes por echarme el más épico de los garcos se condensaban en la quijotesca figura de un inodoro que flotaba unos metros más adelante. Mi cuerpo sudaba, se retorcía por dentro y ya no pensaba en otra cosa que en purgar mis pecados gastronómicos en aquel oasis de cerámica.

Luego de aquel episodio abandoné mi investigación. Pronto olvidé los misterios que me habían conducido hasta aquellas aguas. También olvidé las personas, las embarcaciones y los aviones misteriosamente desaparecidos. Olvidé, además, mis memorables charlas con el reverendo M. L. King. Pero les puedo asegurar, querido lectores, que del soberano cago que yo, Álvaro Evaristo Sacacorcho, me eché en aquel inodoro flotante en algún punto disperso del Limbo de los Perdidos, no me olvidaré jamás.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Histeria

Empecé a vestirme, despacio, con la sensación de haber retrocedido dos casilleros. Si con dificultad había comenzado a vencer ciertos miedos disfrazados de duda, dos horas de fuego cruzado bastaron para borronear todo un poco más, contribuyendo al caos, a la confusión general. Pero que va a ser…. Tenía ganas. ¿Tenía ganas? Conviene pensar que sí, que no fue una jugada desesperada sin fundamento.
Lo difícil es el después. El mañana entre sábanas tibias y un cepillo de dientes rechinando sordo desde un baño cercano. El sonido de una emisora que se pierde, bajito, entre tanto preparativo antes de salir a ganarle al mundo. La perra ladra, en un intento más por demostrarte cuánto te extraña cuando te vas. Cuando por fin calla, vuelve el silencio. Esa pausa sonora tan terrible que me obliga a pensarte.

Figuraciones entre un Stone y la Muerte.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Bienvenida la ironía

Barack Obama recibirá el Premio Nóbel de la Paz


A fines de 2008 las encuestas lo catapultaron, esperanzando a miles de personas. El 20 de enero de 2009, y con un respaldo del 52,9% de los votos, un nuevo presidente asumía en Estados Unidos anunciando, entre otras cosas, que terminaría con la actitud belicosa de sus antecesores. Como es negro (y los negros por definición juegan bien al básquet, bailan increíblemente bien, tienen el miembro reproductor enorme y fueron históricamente oprimidos) muchos le creyeron. Pero a un año de haberse mudado a la Casa Blanca, Barack Obama no parece tan apresurado por tomar una decisión determinante en materia militar.

El 10 de diciembre recibirá el -ya bastante desprestigiado- Premio Nóbel por su discurso antibeligerante y por desear un mundo pacífico y sin armas nucleares; premisas que ha vindicado ante cualquier oportunidad de cámara. Debo confesar que esta historieta me confunde.

En el plano real, ese que los medios deciden no mostrar, las tropas estadounidenses no se han retirado de Irak (entre marzo y mayo de 2010 se van a cumplir 6 años de la invasión) y también continúan en Afganistán, donde han quedado en el medio de una guerra que genera muertos civiles diarios, producto de su intento por disminuir la presencia talibán en la región. Por las dudas, Estados Unidos acaba de aprobar el envío de unos pocos soldados (30.000 nomás), que –supongo- irán a “dialogar” con los afganos ya que la guerra al nuevo presidente no le gusta ni un poquito.

No olvidemos que, para complementar esta agenda político-militar que tanto le urge a Estados Unidos, el gobierno norteamericano sigue concediendo licencias y apoyando económica y militarmente la opresión de Israel sobre Palestina.

Pero la presencia militar no termina en Medio Oriente. A un año de su asunción, Barack Obama tampoco olvida los pequeños asuntos referidos al “patio trasero” de la gran potencia imperialista. El mapa político viene cambiando poco a poco con las gestiones anti norteamericanas de Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa. Y será que estos avances algo preocupan porque enseguida firmaron con su títere colombiano -Álvaro Uribe- un tratado que autoriza a tropas norteamericanas a operar controladamente desde siete bases militares. Esto significa la llegada de nuevos contingentes de soldados al país y el control militar de la región. Esta vez la excusa no fue las armas de destrucción masiva que jamás se encontraron en la Irak de Saddam Hussein, ni tampoco el deseo de perseguir al terrorismo talibán afgano. Los copados de los norteamericanos se lanzaron esta vez a terminar de una vez por todas con el narcoterrorismo que acecha a Colombia desde siempre. Claro, el Plan Colombia fue un fracaso total desde su implementación no porque las FARC tengan mucho aguante, sino porque el país del Norte es el principal importador de la materia colombiana y porque el principal objetivo fue tener una excusa para ocupar militarmente la región.

Si al lector aún le quedan dudas sobre la retórica discursiva de Obama a un año de haber sido elegido Presidente y de la farsa política que significa la obtención del Nóbel, podemos agregar que los tratados para terminar con el bloqueo económico a Cuba brillan por su ausencia y que el presupuesto militar de los Estados Unidos que tenía su antecesor, Jorge W. Arbusto, ha sido superado por el nuevo mandatario. También respalda públicamente a los golpistas hondureños y asesora a los terratenientes separatistas en Bolivia.

El dato de color: La Marina de Estados Unidos reactivó la vieja y olvidada 4º Flota con el objetivo de “controlar” el Atlántico Sur y prever las posibles maniobras de los terroristas y de los narcotraficantes.
No sé, me suena raro.

viernes, 27 de noviembre de 2009

EL SANTO: Adelantados del humor gráfico

Si bien las excepciones existen, generalmente el humor como expresión lúdica o jocosa hoy recae en la chatura del chiste fácil. Los medios de comunicación habituales, sobre todos los radiales y los televisivos, han perdido el interés por hacer del humor un compost artístico. Lo han vaciado de contenido, vulgarizándolo. Lo han emparentado con la flacidez y la obviedad. Le han colocado unas cuantas golfas sin ropa alrededor, y lo que es peor, se lo han metido a la fuerza a un público dócil, que a esta altura del partido no concibe otras recetas humorísticas que no sean las citadas anteriormente.
Por eso, cuando un medio como EL SANTO Su Diario ironiza, se burla y escupe genialidades desde el trazo casi infantil que puebla sus páginas, a los lectores promedio les llama la atención.
A medida que se suceden las carillas EL SANTO te castiga, te abofetea, te propina una paliza bestial, para que al final comprendas que para hacerte reír y reflexionar no hace falta invertir grandes capitales ni recaer en los mecanismos baratos que promueve la industria del entretenimiento. Con ideas frescas y una cuota sustancial de surrealismo humorístico, es suficiente. Este fanzine no te lo pide abiertamente, pero está claro que necesita de un código tácito entre editores y lectores. De alguna manera, uno se identifica. Se ríen del fútbol, de la religión, de tu tía gorda, de la empresa que te provee cable, del gobierno, de la desnutrición infantil. Se ríen de la caca, de vos y de ellos mismos. Se ríen de la vida, y lo hacen con estilo.

Por cortesía de uno de los monos que fuma y escribe a máquina (que colabora en EL SANTO Su Diario) hago entrega de una de las páginas interiores de la última publicación.

Para conseguir ejemplares: elsantosudiario@hotmail.com. También se puede chusmear el extraño y adelantado mundo de la historieta casera (donde por cierto también hay material de EL SANTO) en Mantrul Comics. No tiene desperdicio.

jueves, 19 de noviembre de 2009

La isla de las flores

“Libre es el estado de aquel que quiere libertad”

El documental “La isla de las flores” realizado por Jorge Furtado en 1989, desparrama durante once minutos vertiginosos una versión creativa, ácida y repleta de ironías sobre el funcionamiento del intercambio de bienes dentro de un modelo económico que inevitablemente favorece a algunos y desplaza a otros.

El director utiliza una voz en off para narrar las imágenes que se suceden durante el documental y mete bocadillos, denuncia casi desapercibidamente, llevándonos a reflexionar sobre un concepto tan cabal y a la vez tan desoído como la marginalidad, consecuencia inevitable del sistema capitalista.
A continuación, el registro.

viernes, 6 de noviembre de 2009

La rendición de los Krakeanos

Y llegó el día en que los minúsculos krakeanos (enzimas revolucionarias organizadas en pie de lucha contra el maléfico y terrible Profesor Pepe) asaltamos la plaza. Bajo el manto impune de las convicciones políticas y con un cierto fanatismo que rápidamente trocó en violencia, la vanguardia krakeana mató, robó, violó e incendió. Era la justa y rabiosa paliza hacia las mentes despeinadas de los mediocres Gulfos. Y fuimos brutalmente imparables.
El golpe fue perfecto: vertiginoso, rápido, eficaz. Muchos de mis compañeros murieron en combate, pero en poco más de 20 minutos la batalla se transformó en inexorable victoria.
Todo iba bien cuando, de repente, te vimos. Radiante, pura y limpia. Hermosa. Entonces, tuvimos miedo y frenamos nuestra arremetida cruel. El miedo, sobre todo a los krakeanos, suele cachetearnos por dentro e inundarnos de prudencia.
Pero a decir verdad, lo que más nos dominó fue la admiración. Al verte, te amamos. Te amamos infinitamente. Hasta el dolor, ese confuso campo espiritual que no todos los humanos llegan a comprender, pero que nosotros los krakeanos solemos recorrer sin tapujos. No pudimos hacer otra cosa que inclinarnos y regalarte nuestra efímera victoria.
Porque así lo merecías.

Para vos, que compartiste tantas horas de aburrimiento y de alegría entre Quito y La Paz.

jueves, 5 de noviembre de 2009

LATIN JAM

Sabor y descarga para cortar la semana















Para el que sabe buscar, o para el que recibió el genial guiño del boca en boca, existe en el Abasto un paréntesis entre tanto firuletes, cartoneros, pensiones y rostros de Gardel.
Hace unos largos meses terminó de consolidarse en Guardia Vieja y Gallo la idea de Matías Conte, Maxi García y el Tano Martelli, quienes junto a varios músicos vienen desarrollando un ciclo salsero todos los miércoles a partir de las 23:30 hs.


A eso de las doce, el lugar empieza a llenarse de gente. Ahí nomás ya empieza la magia. Sin tanto preámbulo ni ceremonias, algún invitado se sube al escenario y, tranca, empieza a prologar, con aires de bolero o desde la síncopa rabiosa de un Tres, lo que sucederá más adelante: Un fiestón.

Bajo, piano, tres, güiro, congas, bongó, timbal, maracas, trompetas, trombones y algún eventual caño más, se suman a los pregones y los coros para definir este combo potente que no para de regalar magia y ritmo. Ya desde el rótulo que le da nombre al ciclo, LATIN JAM propone una descarga pa’ gozar. Si bien la arteria percusiva y los arreglos de los temas son predeterminados (se nota que hay ensayo y mucho talento) el repertorio seleccionado permite jugar e improvisar. No es raro que a mitad de Ran Kan Kan se sumen músicos a proponer solos o que haya un enroque entre los percusionistas. El que tenga ganas y se sienta capaz, puede participar. Pero siempre teniendo en cuenta el compromiso que significa mantener el swing o el tempo, algo importantísimo, si uno se fija que ahí nomás, a menos de un metro del escenario, más de 250 personas están bailando como locos.

Los culpables del dolor de piernas del jueves a la mañana son (formación estable): El Guajiro (tres), Matías Méndez (bajo), Eric Hernández (piano), Matías Conte (guitarra y voz), Dorian (timbales), el Tano Martelli (bell y bongó), Maxi García (congas), Fernando Padilla (trompeta y maracas), Nahuel Aschei (trompeta) y Luca Ferrelli (trombón).

A mi entender, un plan más que digno y barato para un miércoles a la noche. Es cierto que los ventiladores a veces no alcanzan para mitigar la temperatura que sin dudas va a alcanzar tu cuerpo. Pero en un lugar donde se respira buena onda y se baila aunque no quieras, no vamos a andar quejándonos por boludeces.

A continuación, un registro de lo sucedido uno de esos tantos miércoles.



* FOTOS: Vito Rivelli

lunes, 2 de noviembre de 2009

Un mágico, de esos que no abundan


Ponce, un barrio humilde de Puerto Rico, le quedó chiquito. Tenía 17 años y la convicción arremetedora de siempre, esa que lo trasladó a Nueva York y enseguida le dio trabajo. Durante la década del ’60, muchos latinos fueron parte de una oleada desesperada que empezó a llenar las ciudades americanas con la esperanza de escaparle al hambre y de tener una oportunidad. En esas condiciones llegó a la mítica ciudad, y la magia, esa condición metafísica que destilan solamente los gigantes, lo catapultó.


Comenzó su carrera como cantante en la orquesta de Quio Callegari y la consolidó dándole voz a las composiciones tremendas del trombonista Willie Colon primero, y a su propia orquesta después. FANIA empezaba a consolidarse como un sello discográfico dispuesto a catalogar a todo el latinaje disperso por Nueva York y Johnny Pacheco (uno de los propietarios) enseguida lo conectó con Colón. El cóctel fue explosivo: éxito, fama, discos, mujeres, drogas. Cómo no subirse al tren, siendo tan joven y talentoso. Pero la heroína, dicen, es jodida. Y manejar una agenda tan rigurosa (shows, entrevistas, giras, grabaciones) también es jodido. Él eligió continuar deprimiendo su sistema nervioso central y Willie Colón decidió desbaratar la orquesta.


Pero la salsa, ese rejunte de expresiones afrolatinas en formato de orquesta, estaba en su época dorada. Continuó por su cuenta y los resultados fueron los mismos. El acento boricua que marcaba su procedencia, las letras que no olvidaban al barrio y que dejaban en claro que de niño él también la había pasado mal, la actitud callejera que rezaba “yo no me como ninguna”, se conjugaban perfectamente con su talento, su carisma y su humildad sincera. Su popularidad era indiscutida, una verdadera máquina de vender discos. Y para el sello, eso era lo único que importaba.

Pasaron los años, intentó dejar la heroína, se fue de gira a África con la Fania All Stars (una especie de combinado selectivo con los grosos del género), comenzó a practicar la Santería como religión, se quiso un poco más, se prometió descansar, regresó a Puerto Rico y finalmente volvió a las drogas.


Su organismo, bastante cacheteado a esta altura del partido, tuvo que soportar varias estocadas más. Cada tanto reaparecía sólido, rejuvenecido, con fuerza y con un nuevo disco bajo el brazo. Pero después, presa de él mismo, volvía a recaer. Y la prensa, siempre dispuesta a comercializar con el morbo y las acciones privadas con tal de vender una tapa, a menudo se nutría con el timing del cantante.

Es electrizante ver cómo lograba plasmar sus tragedias personales en las letras de sus canciones. Basta con escuchar alguno de sus discos para comprender que su manera sufrida de cantar no era un montaje. A las drogas (que hace rato habían dejado de ser una cuestión lúdica para convertirse en un problema serio de adicción) hubo que sumarle la muerte de un hijo. Para colmo, a comienzos de la década del ’80 el género salsero empezó a perder popularidad y, a pesar de que él siguió grabando, las radios ya no fueron ese aliado fiel que mantenía sus canciones en lo más alto de los charts.


Se estaba apagando. Su voz no era la de antes y, a pesar de todos sus problemas, los contratistas lo exigían como siempre. Intentó suicidarse tirándose del décimo piso del Hotel San Juan, en Puerto Rico. Pero ni siquiera en esa decisión lo acompañó la suerte. Se fracturó todo el cuerpo y quedó parcialmente paralizado. Por contrato, tuvo que seguir cantando postrado en una silla de ruedas; así de cruel es la industria discográfica. Y así pasó sus últimos años, viviendo como podía en Nueva York, sin un peso y con la angustia eterna por comprobar que la mayoría de la gente que siempre lo rodeó, lo hizo por intereses comerciales. Murió bastante solo, luego de una complicación con el virus del sida, enfermedad que contrajo entre lujurias, placeres y pichicatas.



Esta historia no pretende seguir removiendo la vertiginosidad con la que “El cantante de los cantantes” manejó su vida. Sino más bien homenajear a un artista talentoso, que tuvo una vida dura, marcada por tragedias de las que no se pudo recuperar nunca. Así y todo, siempre mantuvo su sonrisa, aún cuando las penas le quebrantaban el corazón. Era un mágico, de esos que no abundan. Se llamaba Héctor Lavoe, y a menudo en sus shows decía: “Es chévere ser grande, pero es más grande ser chévere”.

A continuación, un registro de su música. "Juanito Alimaña" pertenece al disco "Vigilante" del año 1983.

viernes, 30 de octubre de 2009

Loco yo, Loco vos (Julio Giglio)

Loco Yo, Loco Vos es una sucesión de sensaciones oníricas que tiene lugar en esa especie de surrealismo bonaerense del autor. Se trata de una colección de historias breves que deja ver la mágica prosa del gran Juls (Julio Giglio) página trás página.
A mí me gustó. Como avance, comparto algo de su arte literario con los lectores. Para emborracharse un poco más, y ante el menor insulto, elogio, enojo, halago, o improperio (según las mismísimas palabras del autor) no dude ni un segundo en escribir: vulne@hotmail.com.


LOCO YO
(de la esperanza en el amor y la revolución)
Es al menos paradojocoso que el mes de enero termine así, envolviéndome en esta lluvia finita pero insistente. Y no sé si es masoquismo o qué pero por momentos me llega a gustar este dejarme acariciar por la brisa veraniega y mojada; doce cuadras de puro regocijo. No hago ni tres, veo un hombre acostado en la lluvia y me da vergüenza andar pensando, y andar pensando que en el fondo la estoy pasando bien. Lo saludo con una timidez tan pelotuda que enseguida prefiero haber callado. Un perro mira desconfiado, se aleja. Los perros saben bien y olfatean cuando uno se queda sin intuición, que es casi lo mismo que decir sin nada. Pero una lucecita. Se apaga, se prende. Se vuelve a apagar, ¿esta vez para siempre? La leo, me pongo triste, se apaga; me llueve del cachete y me llora todo un cielo.

La Patria Grande de Simón Bolívar

Desde la antigüedad la música ha ocupado un papel importante en todas las sociedades. Platón, por ejemplo, la consideraba de suma importancia en el sector pedagógico, y la colocaba como la primera de todas las artes. A través de los siglos, ha sido catalogada como una expresión de las emociones y las ideas, relacionándola con los demás aspectos de las sociedades como la religión, la política, la diversión, el arte y el espectáculo.

Creo que lo más interesante de la música, y del arte en general, es su versatilidad. En el mundo de la música, hay obras para todo tipo de oídos y repertorio para toda clase de gente. O no, porque eso de dividir en clases a la gente, no termina de cerrarme por ningún lado. Pareciera ser que determinada música es para determinada gente. Lo que es difícil de evitar, creo, es la confrontación de los distintos artes, modos, costumbres, ideas y estilos que construyen a una cultura como tal; en este sentido, sí entiendo la discriminación (clasificación) de géneros. Sin embargo, creo en la música como un todo, como un único instrumento, un solo canal que se desprende de las culturas y que termina siendo uno de los vehículos más puros de transmisión de pensamientos, de tierra y de sangre en todas las sociedades.

Una sola Nación, una sola Música

Desde que entiendo a la música como un puente conductor hacia culturas infinitas, su mecanismo me ha llevado a interesarme por el folklore (véase este término como el “saber de los pueblos”). Porque en las raíces de las músicas del mundo se vislumbra la identidad de las sociedades que lo conforman. Y conocer nuestra identidad es conocernos a nosotros mismos y a nuestra historia.

Es aquí, en los orígenes, donde se conectan las esencias. Es aquí, donde comprendemos que entre los pueblos latinoamericanos no somos tan distintos.

Augusto César Sandino, reivindicando las ideas de Simón Bolívar, decía ya que los gobiernos y las fronteras que éstos trazaron, correspondieron siempre a intereses económicos personales o de un grupo particular de individuos a favor del imperialismo, pero que la identidad de los pueblos, irrenunciable, era una sola. Porque la Nación Latinoamericana era una sola. O en eso debía convertirse para no sucumbir ante un modelo económico que no nos tendría en cuenta jamás.

Entiendo a la cultura como el conjunto de todas las formas y expresiones de una sociedad determinada, y sostengo, como Bolívar, que Latinoamérica toda conforma una sola Nación. Por lo tanto, a grandes rasgos, la cultura (la identidad) americana es una sola. Y si la música es un instrumento a través del cual la misma puede ser expresada, encontramos en ella una de las llaves para poder abarcarla.

Viajando por Argentina

¿Cómo sería el Litoral sin chamamé? ¿De qué se disfrazarían Santiago del Estero y Tucumán sin la poliritmia incipiente de las chacareras? ¿Sería Salta tan linda sin la rica tradición de compositores e intérpretes que llevaron sus zambas a todo el mundo? No puedo ni imaginármelo. Sin embargo, no es aconsejable conformarse con esa identidad musical tan marcada. Es lo que entienden músicos como Fandermole, Falú o Herrero (por tomar algunos ejemplos entre tantos embajadores de nuestro folklore) que, al escuchar su arte, te regalan la sensación de estar viajando. Al traspasar fronteras aparece la versatilidad musical. Versatilidad que al chocar de lleno con otras músicas se retroalimenta y crece. Y es verdad que la cueca en Argentina es sinónimo de Cuyo, pero ¿no es tan mía como de los mendocinos? Depende de mí. De nosotros. De no caer en una evaluación mediocre entendiendo a la música como un generador más de las tantas dualidades que a lo largo de la historia ha dividido a los pueblos. Por eso, darle oportunidad y asimilar las letras y los ritmos lentos y espaciosos de las coplas o las vidalas norteñas, significa entender la idiosincrasia de los pueblos que las ejecutan. Significa acercar sus costumbres, su poesía y su tradición a este lado del Riachuelo. No esta mal.

Cóctel de ritmos

Esta idea de traspasar los regionalismos, se aplica a gran escala al folklore latinoamericano. El merengue dominicano; la plena en Puerto Rico; el vallenato y la cumbia de la costa pacífica colombiana; el tango o el candombe en el Río de la Plata; zamacuecas y festejos del Perú; sayas, huaynos y tonadas en el altiplano boliviano; montunos, charangas, danzones y cha cha chas en Cuba, corridos y boleros en México, Joropos en Venezuela. La lista, evidentemente, es interminable. Y muy rica por cierto.

A menudo nos perdemos estos mundos tan vastos y que tienen mucho para mostrarnos. Entre tanta cultura descartable, desinformación y consumismo inducido, no nos queda tiempo.

Por eso intento, desde este humilde espacio, compartir mis ideas y mí música (la música de los pueblos latinoamericanos) con todos los lectores.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Que se sepa...

He aquí un pequeño aporte a la cultura. Un antimedio virtual al que, quizás, no le dé el cuero para instalarse entre los gigantes de la divulgación cultural, pero que pretenderá, eso sí, regalarle a Ud. un pequeño espacio de distención. Como para ir ganándole, aunque sea de a poco, algunos territorios a los grandes conglomerados de desinformación.
Entienda, querido lector, que sus amigos no tienen la culpa de saberse los nombres de las neo golfas que suplican fama, aunque sea efímera, en el mundillo televisivo de Marcelo. Tampoco son culpables de estar tan pendientes de la Guerra Santa que domingo a domingo nos regala el balompié. Discúlpelos. Son conceptos que han perforado sus mentes, desplazando la información esencial.
Se olvidaron del arte; de cómo juegan los niños; del verdadero amor, que sólo aparece unas pocas veces en la vida. Se olvidaron, tal vez, del compromiso con los otros; del frío y la violencia que toleran los que no tienen. Se enojaron con los pobres, en vez de indignarse con la pobreza. No recuerdan las verdaderas discusiones; no anhelan una distribución equitativa y justa de las riquezas; no es noticia para ellos el derrumbe de un país a instancias de los negocios que puedan emprender los monopolios.
Se olvidaron, sobre todo, del derecho irrenunciable de la gente a ser feliz. Y les preocupa. O les molesta. Entonces, inevitablemente, se quejan. Pero la culpa no es del chancho, si no de quien le da de comer.