Bienvenidos a este bazar cultural, a esta mezcla desfachatada e irreverente que no vacila a la hora de reunir opiniones, sueños, poemas, ideas y polenta con pajaritos. Entre otras misceláneas, en "La culpa no es del chancho" encontrará usted información básica sobre música, literatura, deportes y artes varios.

martes, 26 de enero de 2010

"Flores" (de Pablo Pinocho Routín)

Al escuchar este disco por primera vez me dio la sensación de haberlo escuchado siempre. Y no precisamente por caer en los clichés viciosos de la murga. Pablo Routín está bastante lejos de eso y lo ha vuelto a demostrar con su nueva producción "Flores". Sucede simplemente que el disco te atrapa desde el principio, te invita a prestar atención a las letras y cuando te querés dar cuenta, se terminó. Un Cd para escuchar mil veces.

A lo largo del disco, se suceden distintos temas, cada uno con sus matices, sus arranques y sus nostalgias. Si bien la vedette del disco es la murga, entre los cuplés y la marcha camión se mezclan otros géneros rioplatenses, como la zamba, el candombe, el tango o la milonga.

Participan de esta obra: Edú Lombardo, Nicolás Mora, Gonzalo Durán, Carlos Quintana, Nicolás Ibarburu, Gerardo Alonso, Mateo Moreno, Andrés Ibarburu, Gustavo Etchenique, Camen Pi, Gustavo Montemurro, Hugo Fattoruso, Ronald Arismendi, Fernando Cabrera, Nicolás Arnicho, Freddy Bessio, Rubén Rada, Maia Castro, Urbano Moraes, Alberto Wolf y Christian Cary.

A mi humilde criterio, esta placa no tiene desperdicio. Es un trabajo muy prolijo, de mucha calidad y cuenta con la participación de invitados de lujo. No debe haber sido fácil producirlo. Así que si realmente les gustó el disco, cómprenlo.

TRACKS
01. Ofrenda
02. No hay más Cocoa
03. Reconquista 519
04. Conversaciones con mi padre
05. La gente
06. Ruido de camiones
07. Hechicera
08. Volver a un Cuplé
09. Hasta el cielo
10. Flores


Sobre el artista:
Pablo Routín es cantautor y, a esta altura, una figura emblemática del carnaval uruguayo. A lo largo de su carrera artística formó parte de las murgas "Falta y Resto", "La reina de la teja" y "A contramano". Durante más de 10 años integró el grupo estable de Jaime Roos y desde hace otros tantos trabaja junto a Rubén Rada. Además de su talento musical a "Pinocho" le sobra magia para dedicarse al teatro (participó de varias obras de directores uruguayos) y también incursionó en cine, radio y televisión.

NOTA: El link de descarga fue tomado del exelente Blog "Ao Passarinho", un sitio realmente comprometido a difundir buena música. Les recomiendo tomarse unos minutos para visitarlo y descubrir ese costado no tan masivo del arte musical.. Agradezco y felicito profundamente a Ramiro (Ao Passarinho) por su tremendo Blog.

jueves, 14 de enero de 2010

Un sobreviviente con destino de poeta

Fabio tenía 44 años y una urgencia loca por dejar descendencias en este mundo. Sentía que se le acababa el tiempo y Lorenza, con todos sus rulos, sus 39 pirulos y su altanería a cuestas, había decidido ya hace mucho no congraciarlo.
Cuando Italia toda atravesaba las vicisitudes de los años 30, la pareja vencida vivía en Cardeto, un pueblo rural cercano a las rúas de Calabria. La potencia mediterránea ganaba el Mundial de fútbol del año 34 y Benito Mussolini se consolidaba como mandatario, hincha explícito del totalitarismo fascista. Para un pueblo acostumbrado a hacer justicia por mano propia (apañada e impartida por la ‘ndrangheta, organización mafiosa calabresa) la resolución de conflictos a punta de machetes o revólveres no era nueva. Fue por eso que a nadie en el pueblo le sorprendió que Lorenza gatille pasionalmente seis veces sobre el cuerpo desconcertado de Fabio, al enterarse de su amorío secreto con Mariana, la más joven de las hijas del pescadero Manuel De Cicco.
Si en los pueblos chicos el infierno es grande, la noticia del presunto embarazo repentino de la muchacha -apenas tenía 17 años- infló las venas y arterias de Lorenza que, enterada del affaire, no tardó en calcular la regla de tres simple. Guiada por la furia enceguecida que tienen los animales cuando se descubren encerrados en una jaula, Lorenza saltó el cuerpo abatido de su marido que se desangraba despacio y fue en busca de Mariana. La muchacha sorteó el pequeño lote de olivos y después de trastabillar algunas veces desapareció entre las colinas. Si no hubiera escuchado los gritos de Lorenza y los seis estruendos secos del revólver vengador sin dudas habría corrido la misma suerte que Fabio.
Cardeto no es muy grande ahora y mucho menos lo era en ese entonces. La supervivencia de una joven soñadora en manos de una hembra frustrada, impotente y sin nada más que perder, no iba a ser fácil en ese pueblo olvidado entre las montañas del sur italiano. La única opción para Mariana era sumarse a la caravana de personas que huían de sus propios pecados y del incipiente fascismo. El destino, la tierra de las oportunidades. América.
El pescadero, un hombre rústico, viejo, católico y contribuyente riguroso a los intereses de la Famiglia Montalbano, contaba con el consejo y la protección de la Organización. En recompensa por tantos años de fidelidad para con la ‘ndrangheta, recibió dos pasajes para abordar el “Stella della Sotto” y partir rumbo a una nueva vida para su niña. Murió a los 18 días de haber zarpado, algo triste, curtido por el sol de tantos años de trabajo y mirando la panza de Mariana, que crecía precipitadamente.

Alfredo cuenta la historia con más dramaturgia de la necesaria. Pero no deja de ser cierta. Hoy Mariana no es más que una foto enmohecida que cuelga de una pared. A sus 75 años, el sobreviviente de aquella anécdota de mafia, traiciones y vendettas prefiere no levantarse de esa silla de mimbre, toda desgarrada, que lo sostiene sentado en su casita del barrio de Caballito. Pero no se queja.
Cuando terminó el secundario en el Colegio Nacional Mariano Moreno, Alfredo enfrentó a la vida. Fue lustrabotas, vendedor de aceite, empleado de comercio y albañil. También descubrió su amor por los colores verdolagas, esos que se estampan orgullosos en la casaca de Ferrocarril Oeste y por otra gran pasión que lo acompañó desde el día en que conoció a Baldomero Fernández Moreno, su profesor de castellano: la poesía.

Se dejó llevar por las influencias sonetistas de Bernardez, Themis Speroni y García Saraví y por la magia literaria de Debole, Ceseli y Borges. Se convirtió en un gran poeta y en forma paralela (porque el arte no le da de comer a muchos ni paga las cuentas de la casa) se recibió de médico. Más tarde volvió a la Europa de la que tanto hablaba su madre y estando en Francia conoció a Paul Leloire, René Char, André Bretón y Margarite Durá. El combo fue explosivo. De regreso en su Caballito natal publicó varios libros, llenándolos de sonetos que contienen las historias de aquellas mujeres que amó y también de otras que podría haber amado, de haber aguantado su corazón tanto dilema moral.
De su libro “De liturgias y anillos” (Vinciguerra, 2008) reproduzco el soneto Yudith, de la página 73.

Él escribe los libros que ella ama.

Ya no puede caerse
porque estrecha su mano.
Han llegado de abajo de los siglos
en horarios de trenes y palomas.

Ella se reverencia con su nombre,
con su raza pagada con su sangre
con su piel de holocausto.

Él luce un verde nuevo con atuendos de arcángel
y aquello que ignoraba de sí mismo.
Algo que desconoce todavía
pero que ella lo sabe.

Hablan de catecismos, de caricias,
se integran en el goce.
Se penetran de extraños desapegos,
de símbolos, de rostros.
Recorren solideos de todos los caminos.
Organizan un tour a las estrellas.

Él tiene labios ríspidos pero eficaces.
Ella es más que una boca apetecida
y le arranca palabras preciosas al silencio.

Son primeros amantes. Son del viento
y buscan radicarse en la esperanza.
Aprenden la sensualidad del pecado
y su espiral que no termina nunca.

Imposible seguirlos. Los bendice, los lleva
el azar de una cruz y un candelabro.
Estarán en los mapas de la luna
cuando el amor estalle sobre el tiempo.

NOTA: El soneto le pertenece al poeta argentino Alfredo De Cicco. La historia precedente (completamente ficticia), a quien suscribe.

miércoles, 13 de enero de 2010

Edvard Munch (1863–1944)


Este bigotudo que mira tan serio desde la imagen fue un pintor y grabador noruego que estudió en la Escuela Real de Dibujo de Oslo y perfiló enseguida para el rumbo del expresionismo.
Luego de un inicio naturalista desarrolló una pintura de intenciones simbolistas y dramáticamente fabulosas o irreales, invadida de un sentido trágico de la vida.
Sus obras referidas a la angustia (técnica con la cual inmortalizó su estilo) tuvieron una influencia notable en el expresionismo alemán de comienzos del siglo XX.
Durante el apogeo del nazismo, esta manga de asesinos del arte retiró los cuadros de Munch de los museos alemanes por considerarlos “arte degenerado”.

Su obra más conocida es El grito pintada en 1893 (Galería Nacional de Oslo), pero, Munch realizó con este tema y con el mismo nombre obras similares, como la litografía de 1895. Si no pongo la foto de esta obra, es porque es bastante conocida y podrán encontrarla en cualquier parte en internet.

Autoretrato


Óleo sobre lienzo 150,5 x 131 cm. Año 1919.

Esta obra me ha caido en simpatía gracias a la historia que lleva a cuestas. En 1919 Edvard Munch contrajo la gripe “española”, una de las pandemias más conocidas del siglo XX. Estando convaleciente, realizó un autorretrato que, si bien no figura entre sus obras más célebres, tiene una lograda expresión de dramatismo.
Los convido con la imagen, para que conozcan un poco más de la obra de este loco de mierda.

lunes, 11 de enero de 2010

Algunas consideraciones sobre la célebre y fructífera vida de Mustafá Agur Kapodistriou

Así como el pueblo uruguayo se disputa orgullosamente con sus vecinos rioplatenses el nacimiento en tierras charrúas del legendario cantante arrabalero, los tesalónicos que vivieron en Grecia en 1820 sostienen decididamente que el trovador popular más famoso que alguna vez haya cantado en las islas del Mar Egeo, nació en las costas que convergen en el golfo Estrimónico. Son los habitantes del actual pueblo de Kalamaria quienes disienten con los tesalónicos, adjudicándose su nacimiento y con él, toda su magia trovadora. Y no es para menos. Mustafá Agur Kapodistriou fue una leyenda que, de ser física y políticamente posible, los uruguayos también hubieran querido nacionalizar.

Según los registros orales, el mítico cantautor habría compuesto más de cuatro mil setecientos cantos persas, además de numerosos víktoros que aún hoy se escuchan en las fondas turcas, acompañados de flautas y tamboriles. Fue, además, el célebre gestor del paparkópolus -una especie de chacarera trunca con aires de minué- que fue furor en los bailes de feria de toda Asia Menor.

Kapodistriou –así lo indica la tradición oral- tenía una voz femenina celestial que provocaba, al menos, confusión. No se trataba de una técnica laríngea, tampoco de una marca de estilo. Por demás, el trovador no era considerado un afeminado ni gustaba de los deleites masculinos. Pero su vos era, sin dudas, de mujer. Lo confirman las versiones alimentadas de boca en boca por los marineros y comerciantes que pululaban por el Mar Mediterráneo, llevando a cuestas la historia del gigante de la lírica.

Su extraña condición vocal causa sensación incluso más allá de los límites marítimos afianzándose también en los pueblos del norte de África, principalmente en Túnez y Argelia. Su arte ha inspirado –según indican los continuos aportes de los orgullosos tesalónicos- a la posterior creación de la música rai, estandarte sonoro argelino cuyo universo tonal y rítmico aparece alrededor de 1890 en el oeste de aquel país, precisamente en la ciudad de Orán.

En 1870, tras difundir su arte en distintos sectores de la península balcánica, se instala en Sarajevo, capital política y cultural de la actual Bosnia y Herzegovina. Los conflictos territoriales de la época lo ubican como testigo ocular de varios enfrentamientos. Entre la vasta producción musical del artista se han encontrado sonetos cuyos versos imploraban la pacificación del conflicto. No obstante, ocho años más tarde el Imperio Austrohúngaro ocupa el país, exacerbando la disputa y tornando inminente la posibilidad de una guerra.

En esos tiempos tan animosos, cualquier intento de acercamiento cultural por parte de los artistas de la Europa oriental desemboca, como mínimo, en severas golpizas por parte de sus pares occidentales. Sobre todo, al referirse las piezas a cuestiones religiosas. Cabe aclarar que la distribución estadística de la religión de los habitantes de la antigua Yugoslavia comprende al 88% de los croatas como católicos romanos, al 90% de los bosnios como musulmanes y al 99% de los serbios como cristianos ortodoxos.

Según la escasa documentación existente, sólo la voz dulce y femenina del ya famoso Kapodistriou logra, por aquel entonces, calmar la furia y apaciguar las bataholas que brotaban en los Balcanes. Su arte exótico, distinto, hermanaba sin cuestionamientos de fe o fronteras políticas.

La historiadora Irene Morgendörfer, aporta algunos documentos valiosos que refuerzan esta teoría. Un daguerrotipo –algo estropeado por el paso del tiempo- retrata al célebre cantautor ejecutando un laúd pentacordio. A su diestra puede verse el cuerpo desfachatado de Gavrilo Princip, miembro del grupo nacionalista Joven Bosnia. En la imagen aparenta felicidad y sostiene en alto –a pesar del prohibicionismo islámico- una botella de mazeca, una especie de aguardiente local. Se abraza, en actitud densa y beoda, con el –por entonces- príncipe de Prusia, Wilheim II. A éste último también se lo ve sonriente, y en su forma de erguirse se advierte una clara postura danzarina. Una imagen vale más que mil palabras: Mustafá Agur Kapodistriou logra por un momento lo que varios años de conflictos no pudieron, es decir, hermanar a los líderes de tan diversos intereses políticos, económicos y culturales.

Gracias a su incipiente aporte artístico y a la curiosidad que genera su vos femenina, Kapodistriou realiza innumerables viajes por toda Europa deleitando a los pueblos, independientemente de su condición política o religiosa. Lo hace junto a un grupo de comerciantes musulmanes quienes, en soberbias jaulas de acero pasean, junto al cantautor, a dos osos prietos de la China Imperial, a un elefante africano que realiza proezas con una cuba y una esfera anaranjada, y a tres enanos turcos, especialistas en malabares con sables y en danzas otomanas.

Mayor consagración histórica debió haber tenido, quizás, Mustafá Agur Kapodistriou. A pesar de su aporte cultural, absolutamente nadie salvo los tesalónicos, los kalamarios y –tal vez- los uruguayos, llora el anonimato en el cual murió el célebre trovador. En una práctica de rutina previa a la función que el circo ambulante daría en Schleswig-Holstein, al sur del imperio Prusiano, uno de los enanos turcos comete un error de cálculo. Un sable corvo con destino incierto aterriza, caprichoso, en el abdomen de Mustafá. La herida es grave y este artista, quizás uno de los mejores que haya acuñado el imperio Otomano, muere en el acto. Tenía sólo 93 años.

Para VS