viernes, 30 de octubre de 2009
Loco yo, Loco vos (Julio Giglio)
La Patria Grande de Simón Bolívar
Desde que entiendo a la música como un puente conductor hacia culturas infinitas, su mecanismo me ha llevado a interesarme por el folklore (véase este término como el “saber de los pueblos”). Porque en las raíces de las músicas del mundo se vislumbra la identidad de las sociedades que lo conforman. Y conocer nuestra identidad es conocernos a nosotros mismos y a nuestra historia.
Es aquí, en los orígenes, donde se conectan las esencias. Es aquí, donde comprendemos que entre los pueblos latinoamericanos no somos tan distintos.
Augusto César Sandino, reivindicando las ideas de Simón Bolívar, decía ya que los gobiernos y las fronteras que éstos trazaron, correspondieron siempre a intereses económicos personales o de un grupo particular de individuos a favor del imperialismo, pero que la identidad de los pueblos, irrenunciable, era una sola. Porque la Nación Latinoamericana era una sola. O en eso debía convertirse para no sucumbir ante un modelo económico que no nos tendría en cuenta jamás.
Entiendo a la cultura como el conjunto de todas las formas y expresiones de una sociedad determinada, y sostengo, como Bolívar, que Latinoamérica toda conforma una sola Nación. Por lo tanto, a grandes rasgos, la cultura (la identidad) americana es una sola. Y si la música es un instrumento a través del cual la misma puede ser expresada, encontramos en ella una de las llaves para poder abarcarla.
Viajando por Argentina
¿Cómo sería el Litoral sin chamamé? ¿De qué se disfrazarían Santiago del Estero y Tucumán sin la poliritmia incipiente de las chacareras? ¿Sería Salta tan linda sin la rica tradición de compositores e intérpretes que llevaron sus zambas a todo el mundo? No puedo ni imaginármelo. Sin embargo, no es aconsejable conformarse con esa identidad musical tan marcada. Es lo que entienden músicos como Fandermole, Falú o Herrero (por tomar algunos ejemplos entre tantos embajadores de nuestro folklore) que, al escuchar su arte, te regalan la sensación de estar viajando. Al traspasar fronteras aparece la versatilidad musical. Versatilidad que al chocar de lleno con otras músicas se retroalimenta y crece. Y es verdad que la cueca en Argentina es sinónimo de Cuyo, pero ¿no es tan mía como de los mendocinos? Depende de mí. De nosotros. De no caer en una evaluación mediocre entendiendo a la música como un generador más de las tantas dualidades que a lo largo de la historia ha dividido a los pueblos. Por eso, darle oportunidad y asimilar las letras y los ritmos lentos y espaciosos de las coplas o las vidalas norteñas, significa entender la idiosincrasia de los pueblos que las ejecutan. Significa acercar sus costumbres, su poesía y su tradición a este lado del Riachuelo. No esta mal.
Cóctel de ritmos
Esta idea de traspasar los regionalismos, se aplica a gran escala al folklore latinoamericano. El merengue dominicano; la plena en Puerto Rico; el vallenato y la cumbia de la costa pacífica colombiana; el tango o el candombe en el Río de la Plata; zamacuecas y festejos del Perú; sayas, huaynos y tonadas en el altiplano boliviano; montunos, charangas, danzones y cha cha chas en Cuba, corridos y boleros en México, Joropos en Venezuela. La lista, evidentemente, es interminable. Y muy rica por cierto.
A menudo nos perdemos estos mundos tan vastos y que tienen mucho para mostrarnos. Entre tanta cultura descartable, desinformación y consumismo inducido, no nos queda tiempo.
Por eso intento, desde este humilde espacio, compartir mis ideas y mí música (la música de los pueblos latinoamericanos) con todos los lectores.