Bienvenidos a este bazar cultural, a esta mezcla desfachatada e irreverente que no vacila a la hora de reunir opiniones, sueños, poemas, ideas y polenta con pajaritos. Entre otras misceláneas, en "La culpa no es del chancho" encontrará usted información básica sobre música, literatura, deportes y artes varios.
Si bien las excepciones existen, generalmente el humor como expresión lúdica o jocosa hoy recae en la chatura del chiste fácil. Los medios de comunicación habituales, sobre todos los radiales y los televisivos, han perdido el interés por hacer del humor un compost artístico. Lo han vaciado de contenido, vulgarizándolo. Lo han emparentado con la flacidez y la obviedad. Le han colocado unas cuantas golfas sin ropa alrededor, y lo que es peor, se lo han metido a la fuerza a un público dócil, que a esta altura del partido no concibe otras recetas humorísticas que no sean las citadas anteriormente.
Por eso, cuando un medio como EL SANTO Su Diario ironiza, se burla y escupe genialidades desde el trazo casi infantil que puebla sus páginas, a los lectores promedio les llama la atención.
A medida que se suceden las carillas EL SANTO te castiga, te abofetea, te propina una paliza bestial, para que al final comprendas que para hacerte reír y reflexionar no hace falta invertir grandes capitales ni recaer en los mecanismos baratos que promueve la industria del entretenimiento. Con ideas frescas y una cuota sustancial de surrealismo humorístico, es suficiente. Este fanzine no te lo pide abiertamente, pero está claro que necesita de un código tácito entre editores y lectores. De alguna manera, uno se identifica. Se ríen del fútbol, de la religión, de tu tía gorda, de la empresa que te provee cable, del gobierno, de la desnutrición infantil. Se ríen de la caca, de vos y de ellos mismos. Se ríen de la vida, y lo hacen con estilo.
Por cortesía de uno de los monos que fuma y escribe a máquina (que colabora en EL SANTO Su Diario) hago entrega de una de las páginas interiores de la última publicación.
Para conseguir ejemplares: elsantosudiario@hotmail.com. También se puede chusmear el extraño y adelantado mundo de la historieta casera (donde por cierto también hay material de EL SANTO) en Mantrul Comics. No tiene desperdicio.
El documental “La isla de las flores” realizado por Jorge Furtado en 1989, desparrama durante once minutos vertiginosos una versión creativa, ácida y repleta de ironías sobre el funcionamiento del intercambio de bienes dentro de un modelo económico que inevitablemente favorece a algunos y desplaza a otros.
El director utiliza una voz en off para narrar las imágenes que se suceden durante el documental y mete bocadillos, denuncia casi desapercibidamente, llevándonos a reflexionar sobre un concepto tan cabal y a la vez tan desoído como la marginalidad, consecuencia inevitable del sistema capitalista.
Y llegó el día en que los minúsculos krakeanos (enzimas revolucionarias organizadas en pie de lucha contra el maléfico y terrible Profesor Pepe) asaltamos la plaza. Bajo el manto impune de las convicciones políticas y con un cierto fanatismo que rápidamente trocó en violencia, la vanguardia krakeana mató, robó, violó e incendió. Era la justa y rabiosa paliza hacia las mentes despeinadas de los mediocres Gulfos. Y fuimos brutalmente imparables.
El golpe fue perfecto: vertiginoso, rápido, eficaz. Muchos de mis compañeros murieron en combate, pero en poco más de 20 minutos la batalla se transformó en inexorable victoria.
Todo iba bien cuando, de repente, te vimos. Radiante, pura y limpia. Hermosa. Entonces, tuvimos miedo y frenamos nuestra arremetida cruel. El miedo, sobre todo a los krakeanos, suele cachetearnos por dentro e inundarnos de prudencia.
Pero a decir verdad, lo que más nos dominó fue la admiración. Al verte, te amamos. Te amamos infinitamente. Hasta el dolor, ese confuso campo espiritual que no todos los humanos llegan a comprender, pero que nosotros los krakeanos solemos recorrer sin tapujos. No pudimos hacer otra cosa que inclinarnos y regalarte nuestra efímera victoria.
Porque así lo merecías.
Para vos, que compartiste tantas horas de aburrimiento y de alegría entre Quito y La Paz.
Para el que sabe buscar, o para el que recibió el genial guiño del boca en boca, existe en el Abasto un paréntesis entre tanto firuletes, cartoneros, pensiones y rostros de Gardel.
Hace unos largos meses terminó de consolidarse en Guardia Vieja y Gallo la idea de Matías Conte, Maxi García y el Tano Martelli, quienes junto a varios músicos vienen desarrollando un ciclo salsero todos los miércoles a partir de las 23:30 hs.
A eso de las doce, el lugar empieza a llenarse de gente. Ahí nomás ya empieza la magia. Sin tanto preámbulo ni ceremonias, algún invitado se sube al escenario y, tranca, empieza a prologar, con aires de bolero o desde la síncopa rabiosa de un Tres, lo que sucederá más adelante: Un fiestón.
Bajo, piano, tres, güiro, congas, bongó, timbal, maracas, trompetas, trombones y algún eventual caño más, se suman a los pregones y los coros para definir este combo potente que no para de regalar magia y ritmo. Ya desde el rótulo que le da nombre al ciclo, LATIN JAM propone una descarga pa’ gozar. Si bien la arteria percusiva y los arreglos de los temas son predeterminados (se nota que hay ensayo y mucho talento) el repertorio seleccionado permite jugar e improvisar. No es raro que a mitad de Ran Kan Kan se sumen músicos a proponer solos o que haya un enroque entre los percusionistas. El que tenga ganas y se sienta capaz, puede participar. Pero siempre teniendo en cuenta el compromiso que significa mantener el swing o el tempo, algo importantísimo, si uno se fija que ahí nomás, a menos de un metro del escenario, más de 250 personas están bailando como locos.
Los culpables del dolor de piernas del jueves a la mañana son (formación estable): El Guajiro (tres), Matías Méndez (bajo), Eric Hernández (piano), Matías Conte (guitarra y voz), Dorian (timbales), el Tano Martelli (bell y bongó), Maxi García (congas), Fernando Padilla (trompeta y maracas), Nahuel Aschei (trompeta) y Luca Ferrelli (trombón).
A mi entender, un plan más que digno y barato para un miércoles a la noche. Es cierto que los ventiladores a veces no alcanzan para mitigar la temperatura que sin dudas va a alcanzar tu cuerpo. Pero en un lugar donde se respira buena onda y se baila aunque no quieras, no vamos a andar quejándonos por boludeces.
A continuación, un registro de lo sucedido uno de esos tantos miércoles.
Ponce, un barrio humilde de Puerto Rico, le quedó chiquito. Tenía 17 años y la convicción arremetedora de siempre, esa que lo trasladó a Nueva York y enseguida le dio trabajo. Durante la década del ’60, muchos latinos fueron parte de una oleada desesperada que empezó a llenar las ciudades americanas con la esperanza de escaparle al hambre y de tener una oportunidad. En esas condiciones llegó a la mítica ciudad, y la magia, esa condición metafísica que destilan solamente los gigantes, lo catapultó.
Comenzó su carrera como cantante en la orquesta de Quio Callegari y la consolidó dándole voz a las composiciones tremendas del trombonista Willie Colon primero, y a su propia orquesta después. FANIA empezaba a consolidarse como un sello discográfico dispuesto a catalogar a todo el latinaje disperso por Nueva York y Johnny Pacheco (uno de los propietarios) enseguida lo conectó con Colón. El cóctel fue explosivo: éxito, fama, discos, mujeres, drogas. Cómo no subirse al tren, siendo tan joven y talentoso. Pero la heroína, dicen, es jodida. Y manejar una agenda tan rigurosa (shows, entrevistas, giras, grabaciones) también es jodido. Él eligió continuar deprimiendo su sistema nervioso central y Willie Colón decidió desbaratar la orquesta.
Pero la salsa, ese rejunte de expresiones afrolatinas en formato de orquesta, estaba en su época dorada. Continuó por su cuenta y los resultados fueron los mismos. El acento boricua que marcaba su procedencia, las letras que no olvidaban al barrio y que dejaban en claro que de niño él también la había pasado mal, la actitud callejera que rezaba “yo no me como ninguna”, se conjugaban perfectamente con su talento, su carisma y su humildad sincera. Su popularidad era indiscutida, una verdadera máquina de vender discos. Y para el sello, eso era lo único que importaba.
Pasaron los años, intentó dejar la heroína, se fue de gira a África con la Fania All Stars (una especie de combinado selectivo con los grosos del género), comenzó a practicar la Santería como religión, se quiso un poco más, se prometió descansar, regresó a Puerto Rico y finalmente volvió a las drogas.
Su organismo, bastante cacheteado a esta altura del partido, tuvo que soportar varias estocadas más. Cada tanto reaparecía sólido, rejuvenecido, con fuerza y con un nuevo disco bajo el brazo. Pero después, presa de él mismo, volvía a recaer. Y la prensa, siempre dispuesta a comercializar con el morbo y las acciones privadas con tal de vender una tapa, a menudo se nutríacon el timing del cantante.
Es electrizantever cómo lograba plasmar sus tragedias personales en las letras de sus canciones. Basta con escuchar alguno de sus discos para comprender que su manera sufrida de cantar no era un montaje. A las drogas (que hace rato habían dejado de ser una cuestión lúdica para convertirse en un problema serio de adicción) hubo que sumarle la muerte de un hijo. Para colmo, a comienzos de la década del ’80 el género salsero empezó a perder popularidad y, a pesar de que él siguió grabando, las radios ya no fueron ese aliado fiel que mantenía sus canciones en lo más alto de los charts.
Se estaba apagando. Su voz no era la de antes y, a pesar de todos sus problemas, los contratistas lo exigían como siempre. Intentó suicidarse tirándose del décimo piso del Hotel San Juan, en Puerto Rico. Pero ni siquiera en esa decisión lo acompañó la suerte. Se fracturó todo el cuerpo y quedó parcialmente paralizado. Por contrato, tuvo que seguir cantando postrado en una silla de ruedas; así de cruel es la industria discográfica. Y así pasó sus últimos años, viviendo como podía en Nueva York, sin un peso y con la angustia eterna por comprobar que la mayoría de la gente que siempre lo rodeó, lo hizo por intereses comerciales. Murió bastante solo, luego de una complicación con el virus del sida, enfermedad que contrajo entre lujurias, placeres y pichicatas.
Esta historia no pretende seguir removiendo la vertiginosidad con la que “El cantante de los cantantes” manejó su vida. Sino más bien homenajear a un artista talentoso, que tuvo una vida dura, marcada por tragedias de las que no se pudo recuperar nunca. Así y todo, siempre mantuvo su sonrisa, aún cuando las penas le quebrantaban el corazón. Era un mágico, de esos que no abundan. Se llamaba Héctor Lavoe, y a menudo en sus shows decía: “Es chévere ser grande, pero es más grande ser chévere”.
A continuación, un registro de su música. "Juanito Alimaña" pertenece al disco "Vigilante" del año 1983.