Y llegó el día en que los minúsculos krakeanos (enzimas revolucionarias organizadas en pie de lucha contra el maléfico y terrible Profesor Pepe) asaltamos la plaza. Bajo el manto impune de las convicciones políticas y con un cierto fanatismo que rápidamente trocó en violencia, la vanguardia krakeana mató, robó, violó e incendió. Era la justa y rabiosa paliza hacia las mentes despeinadas de los mediocres Gulfos. Y fuimos brutalmente imparables.
El golpe fue perfecto: vertiginoso, rápido, eficaz. Muchos de mis compañeros murieron en combate, pero en poco más de 20 minutos la batalla se transformó en inexorable victoria.
Todo iba bien cuando, de repente, te vimos. Radiante, pura y limpia. Hermosa. Entonces, tuvimos miedo y frenamos nuestra arremetida cruel. El miedo, sobre todo a los krakeanos, suele cachetearnos por dentro e inundarnos de prudencia.
Todo iba bien cuando, de repente, te vimos. Radiante, pura y limpia. Hermosa. Entonces, tuvimos miedo y frenamos nuestra arremetida cruel. El miedo, sobre todo a los krakeanos, suele cachetearnos por dentro e inundarnos de prudencia.
Pero a decir verdad, lo que más nos dominó fue la admiración. Al verte, te amamos. Te amamos infinitamente. Hasta el dolor, ese confuso campo espiritual que no todos los humanos llegan a comprender, pero que nosotros los krakeanos solemos recorrer sin tapujos. No pudimos hacer otra cosa que inclinarnos y regalarte nuestra efímera victoria.
Porque así lo merecías.
Para vos, que compartiste tantas horas de aburrimiento y de alegría entre Quito y La Paz.
Para vos, que compartiste tantas horas de aburrimiento y de alegría entre Quito y La Paz.
Sos el Alejandro Apo de la crónica revolucionaria. Grande ramix!
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