Caos. Los redactores de los suplementos deportivos de todos los diarios del mundo están -¿cómo no estarlo?- estupefactos. Varios han pedido la renuncia y otros tantos hacen rebotar su cabeza contra los sendos escritorios de la redacción.
¿Cómo ha sucedido tamaño acontecimiento? ¿Cómo no impidió la FIFA (mientras tuvo la oportunidad de hacerlo) que el evento se haya desarrollado de aquella manera? Porque convengamos que la entidad madre tiene el poder de acomodar figuritas según lo dispongan las grandes corporaciones que lucran con el certamen o según lo justifique el eventual contexto histórico mundial.
Yo comprendo que algunas cosas sean impredecibles. Reconozco que el fútbol –el deporte más lindo del mundo- viene desafiando todas las lógicas de lo posible desde su invención en formato moderno allá por el siglo XIX. Pero lo sucedido el 11 de julio escapó realmente a todo intento surrealista por imaginar lo impensable.
Y dejemos de lado las trágicas consecuencias que trajo aparejadas el suceso, como la desafiliación indeclinable de las asociaciones futbolísticas más importantes o el suicidio en masa de veintitrés uruguayos que (de verdad) no lo podían creer. Concentrémonos en lo esencial. ¿No estamos transitando irremediablemente los sinuosos pasos hacia la desaparición de este deporte? ¿No deberíamos organizarnos para que ciertas cosas no vuelvan a suceder nunca jamás en la historia deportiva mundial?
La definición por penales entre Honduras y Argelia (tres a dos a favor de los centroamericanos, después de noventa minutos chatísimos y un eterno alargue) fue, sin dudas, la peor final en la historia futbolística de todos los tiempos. Tragedias como ésta (para no seguir haciendo leña del árbol caído con el genocidio armenio, con las dictaduras asesinas en Latinoamérica o con los ya tan difundidos campos de concentración de la segunda guerra mundial) deben quedar grabadas en la memoria colectiva de todos los habitantes del planeta para que no vuelvan a repetirse.
jajajaja sos mas grande que el pastel de papas
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