Si por la tarde encontrás a un conocido en la puerta del boliche de Josué (y seguramente así será porque esa es la magia mayor que regalan estos barrios) pará un segundo y elegí la excusa que más te guste para convidarlo con una cerveza o dos. En la veredita angosta, entre mesas de plástico y coches estacionados, hay algunos ángulos que te permiten, a través de las ventanas, ver al sol poniéndose en la Bahía. Eso es a la izquierda, como si uno girase sobre su propio hombro y mirase al mostrador. Y al mismo tiempo que el sol está hinchado y naranja, sin moverse de lugar pero mirando en dirección al fuerte de Santo Antonio, vas a poder ver (en lo alto) a la luna. Para ese momento del ocaso, ella le habrá ganado ya a los techos y las torres y se asomará, generosa, para que todos la veamos.
Y qué suerte la tuya si justo visitaste el lugar en un día de luna llena! La rúa Direita do Santo Antonio estará tan iluminada que si el bar apagara sus luces, todas las personas que bajan despacito, conversando, igual se reflejarían.
En la rúa Direita la tarde ya es noche, o está por serlo en momentos nomás. Y desde el vértice de este ángulo la gente que bromea, el sol que se despide, los adoquines deformes de la calle y la luna redondísima forman el paisaje más lindo que este barrio te puede regalar un domingo.
Y qué suerte la tuya si justo visitaste el lugar en un día de luna llena! La rúa Direita do Santo Antonio estará tan iluminada que si el bar apagara sus luces, todas las personas que bajan despacito, conversando, igual se reflejarían.
En la rúa Direita la tarde ya es noche, o está por serlo en momentos nomás. Y desde el vértice de este ángulo la gente que bromea, el sol que se despide, los adoquines deformes de la calle y la luna redondísima forman el paisaje más lindo que este barrio te puede regalar un domingo.