Hace poco vi Avatar. Mi subjetivísima opinión coloca al film como un ejemplo más entre tantos otros. Un guión conocido: El planeta tierra que ya está bastante alterado ambientalmente; un nuevo orbe virgen, repleto de recursos naturales; la ambición (científica por un lado y económica por el otro) de varios individuos que desean instalarse en el nuevo territorio; un antihéroe que al mejor estilo Danza con Lobos se pasa de bando y termina luchando con los aborígenes locales y que, obvio, se queda con la minita y al final, gracias a él, triunfa el Bien. Y acá me detengo.
Gracias a él. Porque los Na’Vi no necesitan de la tecnología ni de la organización social y económica de los invasores para ser felices. O al menos, esa es la moraleja superficial del film, la moralina berreta que proponen ciertas producciones hollywoodenses. Pero lo cierto es que, para Cameron y para los inversores cinematográficos el equilibrado mundo de los humanoides azules necesita de un marine arrepentido para sobrevivir al desastre que provocarán los hombres. Un militar estadounidense que logra convertirse en el líder táctico del clan aborigen y que los conduce a la victoria.
Este discurso (quizás con otros personajes, escenografías, tramas y vueltas de tuerca) viene planteándose prácticamente desde que se inventó el cine. Y tiene como objetivo convertirse en verosímil. Es necesario (más aún si la mega producción está destinada a un público joven, fácil, sediento de Best Sellers) que se entienda que son los Yankees los únicos capaces de cambiar las cosas y restaurar el Bien. Incluso cuando la trama de Avatar nos indique que los personajes principales están indignados por el obrar imperialista.
¿El punto a favor? La producción fotográfica del film. Una constante gama de colores ayahuasqueros, bien acorde al tópico selvático (ideal para verla bajo los efectos de algún firulo, en lo posible en pantalla 3D). También me gustó el concepto de pensar a los Na’Vi bien armónicos en relación a la naturaleza. La forma de conexión con otros seres y el respeto a la tierra y a todo lo que en ella crece. Bien.
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