Bienvenidos a este bazar cultural, a esta mezcla desfachatada e irreverente que no vacila a la hora de reunir opiniones, sueños, poemas, ideas y polenta con pajaritos. Entre otras misceláneas, en "La culpa no es del chancho" encontrará usted información básica sobre música, literatura, deportes y artes varios.

lunes, 21 de diciembre de 2009

El regreso irremediable de Tarandhur


Oxidada y algo mellada. De tonos pardos, marrones y ocres. Gastada por el paso del tiempo, la cota de malla que alguna vez lució Namadjén, el Prudente en los desfiles primaverales de Kamastén, descansa para siempre en alguna de las bóvedas del clan Rikjoudie.
¿Qué probabilidades tendría de volver a blandirse mágica y destellante? Pocas. Ninguneada por los descendientes de aquella casta de guerreros, la armadura de antaño hoy no es más que un montón de cuentas de acero desparramadas en un cuarto penumbroso, seco y olvidado. No existe, y sin embargo allí está. Y allí permanecerá cientos de años más hasta que, algún día, los habitantes modernos de aquellos valles de la mesopotamia asiática, decidan vender el lote mortuorio a las empresas de construcción. Y entonces, mientras despojen de su historia a las arcas familiares, verán la armadura. Investigarán su procedencia, querrán averiguar sobre los acontecimientos épicos, de los que sin duda fue testigo. Regresarán en el tiempo y finalmente sabrán de las matanzas, de las injusticias, de las batallas estúpidas y de las necesarias. Verán la armadura en cada imagen desgarradora de Namajdén, el belicoso antepasado. La imaginarán manchada de sangre, de traición, de lodo, de culpa. La detestarán. Se avergonzarán –no mucho- del destierro de aquel guerrero y de su posterior venganza contra los monjes Blandhur. Creerán que está maldita, y tal vez tengan razón.
Quizás, luego de papeleos y carambolas del destino, termine iluminada tenuemente en la repisa aburrida algún museo histórico. ¿Pero por cuánto tiempo? Tarandhur, tal como se conoce a la armadura de los guerreros Rikjoudie, está destinada a reaparecer y, así, a revolver la historia.

Al menos curioso


Siempre resulté campesino en la ciudad, visitante esquivo en la mole gris; excusas imperfectamente válidas para perderme, pasarme y repreguntar lo que ya sospechaba antes, cada vez que me largo a caminar por las calles de Buenos Aires. Esta específica vez de marzo andaba yo por Scalabrini Ortiz, casi llegando a la esquina de Córdoba, cuando se me ocurrió preguntarle a un muchacho acerca de la calle Estado de Israel. Amablemente me informó que tenía que hacer una más hasta Lerme y después bajar cuatro. Seguí sus instrucciones con exagerada fidelidad y como me pareció que (me saco el sombrero señor, me saco el sombrero ante la torta de ricota de Gino) ya habían pasado las 4 cuadras y la avenida del sionista estado no aparecía, decidí volver a interrogar a alguien. Crucé una calle y vi a una chica en la puerta de un edificio. Me acerqué cortésmente y le pregunté. Me miró con ojos de no saber y resultó ser que no sabía, pero sin embargo, tocó timbre en uno de los departamentos para averiguarme. Como no le respondieron, al toque sacó el celular y empezó a llamar.
Personalmente me pareció algo desmedido el gesto, pero acepté gustoso la camaradería de la muchacha. Habló con alguien resumiéndole brevemente mi inquietud y enseguidita alzó la vista hacia mi y extendiéndome el teléfono dijo: “Tomá, hablá vos que es el que te indicó recién”. Atendí el aparato y una voz apenas familiar me hizo saber que era el mismo al que le había preguntado hacía cinco minutos, repitiéndome instrucciones similares a las anteriores. Yo quedé tan incrédulo, tan pasmado, tan deliciosamente sorprendido sobre las probabilidades de mi guía cósmico que, por seguir preguntándonos (a él por teléfono, a mi mismo mientras caminaba) “¿Posta sos vos loco?”, me pasé una cuadra y tuve que retomar al trote para agarrar estado de Israel y contarle a todo el Mundo lo curiosa que es la casualidad.

Esta narrativa pertenece a la antología mágica y naranja de Julio Giglio, ferviente escritor oriundo del barrio de Villa Ballester . Contacto: vulne@hotmail.com.

lunes, 14 de diciembre de 2009

Grandes crónicas pasajeras

Sin proponérselo, más bien haciendo uso de su espontaneidad discursiva, el Capitán Álvaro Evaristo Sacacorcho ha vuelto a escupir sus ideas en la vieja Olivetti de su padre, regalándole al mundo otra de sus grandes crónicas pasajeras.

Mi bife de chorizo aún humeaba cuando tuve que partir de urgencia hacia el Limbo de los Perdidos, lugar que abrazó infinitos misterios a partir de la década del ‘60. A lo largo de la historia, las aguas del Atlántico han sido testigo de extraños sucesos. Existe un mito, un relato que ha dejado de ser puro entretenimiento para turistas curiosos y ha pasado a ser considerado por científicos y hombres de poder como un enigma serio y sin respuesta.

El triángulo del diablo
En aquellos tiempos de lucha por los derechos civiles y las políticas de inclusión de los ciudadanos afro americanos, tuve la oportunidad de intercambiar unos ricos mates y un sinnúmero de opiniones con el mismísimo Martin Luther King. Recuerdo que fue en febrero de 1967, unos años después que el reverendo obtenga el Premio Novel de la Paz. Luego de un amargo bien cebado me dispuse a contarle al líder pacifista la historia del Triángulo del Diablo. Ya en el año 1951 la sociedad estaba conmocionada por una serie de sucesos ocurridos en Centroamérica. Numerosos barcos y aviones se averiaban y luego se hundían al adentrarse en una zona misteriosa, un extraño triángulo conformado por los vértices de las islas Puerto Rico, Bermudas y Cayo Hueso (península de La Florida). Los documentos registrados hasta el momento denunciaban a más de mil personas, junto a otras cien naves y aeronaves, desaparecidas en aquellas aguas tan paradisíacas como siniestras.
King me escuchaba atento, y además se mostraba fascinado por mi técnica a la hora de cebar mate. Le gustaba eso del folclore rioplatense, de los gauchos matreros, las partidas de truco, el termo siempre bajo el brazo y esa debilidad maestra que todos tenemos por el balompié. Tan simpática le resultó mi visita al orador que no tardó en invitarme a proseguir con nuestra charla off the record y dejar de lado las formalidades absurdas. Enseguida me saqué las chancletas y me dispuse a continuar con mi relato.
- Yo no se qué onda señor King, pero deberíamos ir a echar un vistazo -, le dije ansioso.
A lo que el líder me respondió: - Para mi, más que misterios inexplicables, acá hay tongo del gobierno yankee. -
Sus palabras fueron contundentes. Volví a mi casa y me puse a trabajar en el caso. El reverendo hizo lo propio. Un año más tarde volví a visitarlo y enseguida resolvimos hacer un viaje hacia el tan cuestionado y misterioso lugar.

No sé muy bien que pasó después. Yo, Álvaro Evaristo Sacacorcho, soy un hombre que lee poco los diarios y casi no mira televisión. Nunca comprendí la causa por la que luchaba King, ni mucho menos entendía los trasfondos políticos que esta lucha denostaba. Lo noté preocupado por la guerra en Vietnam, por la violencia en el mundo y porque su vecina Norah debía ceder el asiento en el colectivo, a pesar de sus 73 años y su problema de esclerosis, y sólo por ser una anciana de descendencia africana. Sea como fuere, al día siguiente mi compañero de investigación apareció muerto de un balazo en Memphis, Tennesse.
Yo no quise adentrarme más en el asunto, y me dispuse a continuar solo con la investigación.

Ya son ocho las expediciones que realicé al Triángulo de las Bermudas desde el día de aquel trágico episodio. Recavé información de los lugareños y los eventuales turistas, y hasta el día de hoy no había obtenido buenos resultados. Pero seis días atrás recibí por la mañana un llamado urgente de uno de mis informantes con datos claves sobre el asunto.
Llegué a La Florida cuando el sol ya casi no regalaba su magia y me embarqué en un pequeño pero confortable lanchón, dispuesto a navegar, una vez más, las misteriosas aguas atlánticas. Durante cuatro días recorrí atento cada metro cuadrado. Estaba mojado, rabioso, frustrado y, para colmo, la reserva de tabaco para pipa comenzaba a escasear. De pronto vislumbré a lo lejos una especie de embarcación pequeña. Me acerqué lo más que pude y pronto advertí que se trataba de una boya, o algo parecido. Cuando estuve a pocos metros del objeto flotante supe con claridad que se trataba de un inodoro sujeto a una plataforma de madera. Sí. Un simple, común y corriente retrete blanco, como el que tiene Ud. en su hogar.
Enseguida recordé el suculento sándwich de bondiola que ingerí aquel mediodía en la costanera, momentos antes de tomar el vuelo hacia Miami. Fue entonces cuando dentro de mi estómago se libró la batalla más impresionante que alguien haya visto jamás entre gases y jugos gástricos. Fue extraño. Mis deseos más fervientes por echarme el más épico de los garcos se condensaban en la quijotesca figura de un inodoro que flotaba unos metros más adelante. Mi cuerpo sudaba, se retorcía por dentro y ya no pensaba en otra cosa que en purgar mis pecados gastronómicos en aquel oasis de cerámica.

Luego de aquel episodio abandoné mi investigación. Pronto olvidé los misterios que me habían conducido hasta aquellas aguas. También olvidé las personas, las embarcaciones y los aviones misteriosamente desaparecidos. Olvidé, además, mis memorables charlas con el reverendo M. L. King. Pero les puedo asegurar, querido lectores, que del soberano cago que yo, Álvaro Evaristo Sacacorcho, me eché en aquel inodoro flotante en algún punto disperso del Limbo de los Perdidos, no me olvidaré jamás.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Histeria

Empecé a vestirme, despacio, con la sensación de haber retrocedido dos casilleros. Si con dificultad había comenzado a vencer ciertos miedos disfrazados de duda, dos horas de fuego cruzado bastaron para borronear todo un poco más, contribuyendo al caos, a la confusión general. Pero que va a ser…. Tenía ganas. ¿Tenía ganas? Conviene pensar que sí, que no fue una jugada desesperada sin fundamento.
Lo difícil es el después. El mañana entre sábanas tibias y un cepillo de dientes rechinando sordo desde un baño cercano. El sonido de una emisora que se pierde, bajito, entre tanto preparativo antes de salir a ganarle al mundo. La perra ladra, en un intento más por demostrarte cuánto te extraña cuando te vas. Cuando por fin calla, vuelve el silencio. Esa pausa sonora tan terrible que me obliga a pensarte.

Figuraciones entre un Stone y la Muerte.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Bienvenida la ironía

Barack Obama recibirá el Premio Nóbel de la Paz


A fines de 2008 las encuestas lo catapultaron, esperanzando a miles de personas. El 20 de enero de 2009, y con un respaldo del 52,9% de los votos, un nuevo presidente asumía en Estados Unidos anunciando, entre otras cosas, que terminaría con la actitud belicosa de sus antecesores. Como es negro (y los negros por definición juegan bien al básquet, bailan increíblemente bien, tienen el miembro reproductor enorme y fueron históricamente oprimidos) muchos le creyeron. Pero a un año de haberse mudado a la Casa Blanca, Barack Obama no parece tan apresurado por tomar una decisión determinante en materia militar.

El 10 de diciembre recibirá el -ya bastante desprestigiado- Premio Nóbel por su discurso antibeligerante y por desear un mundo pacífico y sin armas nucleares; premisas que ha vindicado ante cualquier oportunidad de cámara. Debo confesar que esta historieta me confunde.

En el plano real, ese que los medios deciden no mostrar, las tropas estadounidenses no se han retirado de Irak (entre marzo y mayo de 2010 se van a cumplir 6 años de la invasión) y también continúan en Afganistán, donde han quedado en el medio de una guerra que genera muertos civiles diarios, producto de su intento por disminuir la presencia talibán en la región. Por las dudas, Estados Unidos acaba de aprobar el envío de unos pocos soldados (30.000 nomás), que –supongo- irán a “dialogar” con los afganos ya que la guerra al nuevo presidente no le gusta ni un poquito.

No olvidemos que, para complementar esta agenda político-militar que tanto le urge a Estados Unidos, el gobierno norteamericano sigue concediendo licencias y apoyando económica y militarmente la opresión de Israel sobre Palestina.

Pero la presencia militar no termina en Medio Oriente. A un año de su asunción, Barack Obama tampoco olvida los pequeños asuntos referidos al “patio trasero” de la gran potencia imperialista. El mapa político viene cambiando poco a poco con las gestiones anti norteamericanas de Evo Morales, Hugo Chávez y Rafael Correa. Y será que estos avances algo preocupan porque enseguida firmaron con su títere colombiano -Álvaro Uribe- un tratado que autoriza a tropas norteamericanas a operar controladamente desde siete bases militares. Esto significa la llegada de nuevos contingentes de soldados al país y el control militar de la región. Esta vez la excusa no fue las armas de destrucción masiva que jamás se encontraron en la Irak de Saddam Hussein, ni tampoco el deseo de perseguir al terrorismo talibán afgano. Los copados de los norteamericanos se lanzaron esta vez a terminar de una vez por todas con el narcoterrorismo que acecha a Colombia desde siempre. Claro, el Plan Colombia fue un fracaso total desde su implementación no porque las FARC tengan mucho aguante, sino porque el país del Norte es el principal importador de la materia colombiana y porque el principal objetivo fue tener una excusa para ocupar militarmente la región.

Si al lector aún le quedan dudas sobre la retórica discursiva de Obama a un año de haber sido elegido Presidente y de la farsa política que significa la obtención del Nóbel, podemos agregar que los tratados para terminar con el bloqueo económico a Cuba brillan por su ausencia y que el presupuesto militar de los Estados Unidos que tenía su antecesor, Jorge W. Arbusto, ha sido superado por el nuevo mandatario. También respalda públicamente a los golpistas hondureños y asesora a los terratenientes separatistas en Bolivia.

El dato de color: La Marina de Estados Unidos reactivó la vieja y olvidada 4º Flota con el objetivo de “controlar” el Atlántico Sur y prever las posibles maniobras de los terroristas y de los narcotraficantes.
No sé, me suena raro.